Thursday, April 12, 2018

Santas Semanas batman...

Se fue la semana santa de este año.

Con sus días soleados, con sus risas y sus llantos respectivos.


Este año tuvimos la dicha de ser invitados por la comunidad de la Universidad Popular Autónoma de Puebla (UPAEP) a vivir y compartir la catequesis del Triduo Pascual.

Fue una experiencia linda ya que aunque la concurrencia no fue mucha (éramos como entre 6 y 8 chamacos y la mitad eran míos creo) me hizo revivir lindos recuerdos.

La semana mayor ha sido a lo largo de mi historia siempre un acontecimiento tanto o más importante que la navidad. Tuve la dicha de ser bienvenida en una familia cuya herencia más valiosa fue el regalo de la fe. Año con año, algunas veces a través de los oficios del templo, otras veces celebrada en la intimidad de mi hogar, repasábamos los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesús.

Ya fuera con una función de títeres,quien las presenció alguna vez puede ser testigo de lo divertido que podía ser ver el luminoso Jesús resucitado saliendo de las tinieblas del sepulcro y venciendo a  la muerte con su luz, literalmente.  Mi mamá, -que es un genio de la creatividad y de quien seguramente heredé esta mente traviesa y creadora- había tomado una bombilla, si, un foco de esos de los de antes, de los que si se calentaban y todo, y le había pintado el "Divino Rostro", y llegado el momento de la resurrección, salía glorioso e incandescente dentro de algunos retazos de tela que hubieron servido de mortaja...  en medio de una música triunfal y los rostros perplejos de los niños que mirábamos el relato de la resurrección, me imagino casi como las santas mujeres.

 Recuerdo esa mesa rodeada de niños, mis hermanos, mis primos y cualquiera que quisiera participar de la ocasión de compartir el recuerdo de la Pascua. Un cenáculo con jugo de uva Domeq, pan árabe y una especie ¿quelites? simulando el vino, el pan y las hierbas amargas, respectivamente  las deliciosas chuletas de cordero, el cenar de pie, como preparados para dar el "paso".

Años después y ya con la adolescencia encima, la semana santa fue tiempo de misión, Dejar de lado el tiempo de descanso y hacer una maleta, recaudar víveres, ropa, zapatos con días de antelación y salir el domingo de ramos y entrar en Tlanchinol Hidalgo, la comunidad que amablemente abría sus puertas a la Misión San Felipe de Jesús, sus municipios sembrados ahí muy dentro de la montaña en el corazón de la huasteca. Comunidades sin servicios, sin luz, sin caminos que llevaran hasta ellos, nos recibían durante una semana y como hace dos mil años, partíamos el pan y cenábamos entre amigos. Muchos aprendizajes sobre mi México y su gente me llevé de esas semanas santas en la montaña, si mal no recuerdo 5 fueron los años que subí a diferentes comunidades, Cuatatlán, Cuatlapich, y más nombres...

Fueron jornadas de juegos, dibujos, muchos abrazos y sonrisas... con el tiempo y sus andares he ido viviendo semanas santas menos públicas y más privadas, algunas alegres visitando a la familia, otras conociendo la profundidad del dolor, al vivir la pérdida de nuestro tercer bebé -a quien recuerdo con cariño con el nombre de Juan de la Cruz- y  y acompañando a N S muy de cerca con esa gran pena que embargó mi familia también una Semana Santa.

Me hizo y me hace recordar este tiempo de fiesta, de reflexión y sacrificio cada vez de distintos modos cuán bello e impresionante es el mensaje de la Pascua. Vencer al miedo, la muerte e ir al encuentro de la Vida, resucitando cada vez como el sol, que cada día vence la oscuridad de las tinieblas. 

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