"Siento,
que si no estás no corre el viento,
quizás afuera si
pero no dentro de mi..."
(Tengo, Macaco)
Habías estado practicando sobre las olas de Playa Progreso
durante muchos fines de semana. Montabas en tu camioneta y escapabas de la
alocada jungla de asfalto donde vivías y por algunas horas, si el viento lo
permitía, podías volar.
Tu tabla, traccionada por una cometa era el
transporte perfecto para aprender a domar al viento. Un poco de aire, un poco
de agua, un poco de sal y mucho sol eran la mezcla perfecta para tocar las
nubes.
El verano se esfumaba lentamente entre las hojas
del calendario. Consultaste tu reloj que marcaba el tiempo sideral. Era el
momento de volver a la casa de tu Padre. El equinoccio vernal se aproximaba.
Las estrellas te estaban llamando.
Montaste en tu tabla, aprovechando las últimas
bocanadas de vientos estivales y cuando el cometa tiraba fuertemente del arnés
que te tenía sujeto. Después de hacer algunas piruetas freestyle se soltaron una a una las líneas, y sin casi sentirlo te fuiste elevando
por el aire, con las alas de colores que habías dibujado en tus pies en dirección
septentrional, al norte, bien al norte.
Arriba, bien arriba. Tus alas de arcángel brotaron
por fin. Como era de esperarse, la noche
y el día duraron lo mismo. Había terminado el verano y las hojas de los árboles
se fueron desprendiendo una a una.
Un año entero me tomó juntar una por una las hojas
que habían caído de nuestro árbol familiar ese otoño. Con ellas hice este cuento. Con ellas y con
muchas otras que dejaste escritas en nuestro corazón. Viajero en el tiempo.
Gracias por aterrizar aquí. Nos vemos del otro lado hermano.
https://vimeo.com/72501860
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