Resulta que se instaló en casa un desidia navideña. A pesar del entusiasmo de los niños, no me he decidido a sacar adornos, nacimiento y parafernalia navideña, a pesar de que las cajas de adornos ya han sido bajadas del clóset y asaltadas por los niños varias veces.
Cada año, hemos preparado las velas de adviento, encendido una a una cada semana, y adornado la casa, con los adornos, que los cambios de casa y las navidades anteriores han ido sobreviviendo. Cuento con un nacimiento a prueba de asaltos infantiles -aunque creo que esto es contraproducente- que es de juguete, pequeñas figuritas de plástico que representan a José María y al Niño Jesús, los reyes magos y hasta un lindo ángel que suena al presionarlo con la música de noche de paz.
Cada año tengo que recomponer la escena de Belén, con los pastores y los
animalitos una y otra vez, porque me encuentro a la Sagrada familia en la cocina, Jesús en la recámara y a los pandas y los puerco espines acudiendo al pesebre una y otra vez.
El pino es otro tema. no me gustan los árboles artificiales. La verdad es que tiene una vida útil breve, más en una casa donde los niños atacan constantemente los adornos y lo encuentro una y otra vez derribado en el centro de la sala, Focos, esferas, moños y todo. Desde que empecé a pensar en el cuidado del medio ambiente, me preguntaba si cada 4 años compraba un pino de plástico, al final contaminaría más que si ponía uno natural que fue sembrado para ser cortado en esta época. Me Entristecía también el hecho de comprar un pino natural y verlo morir lentamente en mi sala, aunado a la cantidad de pequeñas agujas de pino que tenía que barrer constantemente por toda la casa, aunque el característico olor a pino natural es algo lindo de la temporada. Lástima que los pinos que venden en los almacenes estén tratados con no se que sustancia que los hace no despedir ese aroma.
Cada año preparo ponche, galletas, mermelada, y todas esas cosas llenas de azúcar y calorías que hacen que la magia de la navidad reduzca de tamaño mis pantalones... Todo eso ha estado rondándome la cabeza estos días, en que tres semanas de adviento no han sudo suficientes para que me anima de una buena vez a dejarme llevar por el espíritu de la navidad.
Ayer domingo fuimos a Catedral. Atravesamos juntos, toda la familia la Puerta Santa que se ha abierto con motivo de Año de la Misericordia. Una puerta que se abre, extraordinariamente por un jubileo, es decir un año de alegría, de misericordia y de perdón. Este adviento, que inició para mi le tercer domingo, recibo la gracia del perdón, abro mi corazón a la paz, perdono a mis hijos, a mi esposo, y a mi misma, como mi Padre me perdona siempre.
Entonces, como bien dijo el Papa Francisco, “en este Año de la Misericordia, están estos dos caminos: quien tiene esperanza en la misericordia de Dios y sabe que Dios es Padre; Dios perdona siempre, pero todo; más allá del desierto está el abrazo del Padre, el perdón. Y también están aquellos que se refugian en su propia esclavitud, en su propia rigidez, y no saben nada de la misericordia de Dios. Estos eran doctores, habían estudiado, pero su ciencia no los ha salvado”.
Creo que es el mejor regalo que puedo ofrecer. Abrir las puertas de mi corazón y dejar que se derrame la gracia de su alegría y gozo por el nacimiento de la vida que se renueva, en cada una de sus travesuras y desastres navideños.
Que comience la temporada.
por lo pronto ayer ya hicimos galletas.
Me despido porque tengo que empezar a preparar ponche, colocar adornos y montar el nacimiento, por le tiempo que dure.
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