Wednesday, November 18, 2015

Ayer.


Ayer, apenas ayer, estábamos cantando al rededor de la mesa del comedor de la casa. Con una guitarra, trovando al atardecer. Éramos más divertidos entonces que ahora.
Por lo menos cantábamos. Miradas cómplices, frases que nos hacían reír, salpicadas de cierta inocencia e incertidumbre.

Ahí estaba yo, ahí estuviste tu, y también ellos. Los años, que han pasado casi sin percibirlos, algunos frente a nuestros ojos atónitos, otros más parecen como que se han esfumado de lo aprisa que se deslizan al trascurrir. Otros más, se han arrastrado angustiosamente lento mientras la desesperación, el desasosiego o la tristeza los observen transitar.

Dicen que el tiempo lo cura todo, quizá no haya vivido lo suficiente para aliviar algunas dolencias que hace tiempo aquejan a esta mi pobre memoria distraída, que por no querer dolerse o llorar las heridas de algunos males, los ha ido callando, como queriendo olvidar, como queriendo escapar de momentos que son como cable pelado, mientras no los toques no te harán daño. Si, el tiempo locura todo.

Pasan y pasan los minutos y a veces más de prisa de lo que esperaríamos, apenas me he descuidado unos momentos y ya estás lejos, muy lejos, quizá del otro lado del océano. Tus ojos al igual que los míos se han llenado de atardeceres, de mar, de lunas llenas y menguantes. No parecemos mismos. Nuestra piel está marcada por el paso del tiempo, un mapa que se ha llenado de indicaciones, viñetas, aprendizajes de corrección de rumbo. Y sin embargo somos los mismos.

La rosa de los vientos que guiaba el corazón ha virado tantas veces como el viento, y nos ha llevado en muy distintas direcciones. Imaginaba entre las notas de una canción que ese talento tuyo tenía que llevarte lejos. Y así fue. Fui la primera en embarcarme, lejos del puerto que hasta entonces consideraba seguro. Lejos del hogar de mis padres. Mi juventud y mi corazón impetuoso, el deseo de ir más allá me hicieron levar el ancla e izar las velas.

No se si he navegado en círculos, o si los vientos y las mareas han jugado a mi favor. Regresar a puerto, dejar de navegar, abandonar a la tripulación, saltar por la borda... más de una vez me han pasado ideas por la cabeza. No puedo. El capitán de este barco no permite remisiones. No hay licencias. He firmado un contrato de por vida, tiempo completo, sin goce de sueldo y sin vacaciones. La única manera de abandonar esta nave es morir.  

Hoy tengo que sacar los remos y hacer un esfuerzo por que avance la embarcación, que suceda algo, una tormenta, un viento que aliente las velas, un golpe de timón que me invite de nuevo a sentirme viva... pero tomo los remos, y sigo el ritmo, y confío que pronto llegaremos a puerto. 

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