Como duelen las despedidas, la separación.
A veces son necesarias por causa de trabajo, por salud mental o simplemente por placer.
Hace falta de vez en cuando extrañarnos para que nos veamos nuevamente con nostalgia, con más cariño.
Tenemos mucho tiempo de compartir juntos, tanto, que nos hemos acostumbrado a ello. ya no vemos lo lindo que es despertar uno al lado del otro, de escuchar una respiración (o un ronquido) mientras se intenta conciliar el sueño en una noche larga. Poner un lugar en la mesa, esperar a alguien a cenar,
Son tristes la distancias, el tiempo lejos, las despedidas; más siempre es más hermosa la reconciliación, el encuentro, el regreso. Entonces es cuando recordamos, más que el primer día, que una mirada, un gesto, una presencia nunca está garantizada, ni es permanente. La temporalidad de nuestra vida es transitoria. No estaremos aquí eternamente, ni del modo en que estamos ahora. La salud, la vida, la compañía son regalos que estamos acostumbrados a recibir sin merecerlos.
Quienes nos rodean se convierten en algo más, sobre todo los más cercanos, a quienes tenemos garantizados por su incondicionalidad ya sea por una promesa, una lazo con sanguíneo o una amistad de mucho tiempo. Estas relaciones, que a veces hasta nos estorban, nos detienen, sentimos que nos frenan y hasta nos destruyen, se convierten de repente en cosas, en deberes, en pesos, Dejamos de percibirlos como un alguien que brinda amor, compañía, seguridad y confianza. Cuando el momento de la separación llega, hasta entonces y no antes, empieza uno a echar en falta hasta lo más insignificante.
Son precisos los vacíos, los silencios, las distancias, hasta los pleitos para que eso que en un momento dado se perdió de vista, vuelva a cobrar fuerza, importancia, presencia. No nos gustan las distancias, pero amamos los reencuentros, y si no hay uno, es imposible que el otro exista.
Que lindo tu regreso. No te vayas más, hasta que sea necesario.
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