Una mujer llevaba en su vientre un secreto de vida sin saberlo..
Una anciana se acercó a ella y al ver sus ojos lo supo de inmediato.
No dijo nada, pero le tomó las manos y puso en ellas un puñado de semillas.
La joven retiró la mirada y quiso devolver el obsequio.
La mujer se lo impidió apretando fuerte su puño y en silencio se alejó.
La joven observó el extraño obsequio, había semillas de muchas clases, pequeñas, medianas, de distintos colores. No eran suficientes ni para hacer una tortilla siquiera. La mujer se fue a casa, y cerca de la entrada arrojó el puño de semillas al suelo. Tomó su bolso y regresó a su trabajo.
Pasaron los días y el cansancio se hacía más fuerte. Pronto no pudo seguir presentándose temprano al trabajo. Una noche se acercaron los dolores de parto. Un hermoso y regordete bebé soltó su primer llanto durante la lluvia.
Algunos meses el niño tuvo el delicioso alimento que le regalaba su madre. Con el regalo de la vida vino también el problema de sustento. Ella no podía ir a trabajar como antes. Su niño reclamaba sus brazos. En ningún lugar conseguía que la recibieran con todo y retoño. Los ahorros se fueron acabando. Poco a poco el hambre empezó a llamar a su puerta.
Una mañana después de calentar las últimas tortillas duras sobre el comal. Se sentó a llorar frente a su casa. Ahí, entre sus lágrimas, vio que entre la hierba aparecían frutos. Verdes calabacitas reptaban entre las matas, tres enormes espigas de maíz, le abrían sus ramas como ofreciéndole un abrazo de consuelo. Rojos jitomates y chiles como sonrisas la saludaban y le miraban desde el suelo.
Secó sus lágrimas y empezó a recoger los frutos que su madre tierra le había regalado sin saberlo.
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La maternidad nos llega así, de pronto, nos sorprende en medio de una existencia totalmente desconectada de la vida. Mientras nos preocupamos por llenarla de experiencias, conocimientos, pertenencias... Un día, aún habiéndolo planeado y esperado nos damos cuenta que no estamos preparadas para semejante viaje. Que no importa que profesión o carrera hayamos elegido, en que trabajemos, cuanto dinero tengamos ahorrado en el banco, cuantos libros o artículos leído sobre embarazo, maternidad, fisiología, psicología, paternidad... la vida sorprende con la maravilla y el reto de ser madre.
Nos olvidamos de beber de las fuentes más fidedignas de información; nuestras madres, nuestras abuelas, nuestras amigas, la propia naturaleza... Queremos abrir brecha y empezar como si fuéramos una nueva Eva, la primera y única mujer sobre la tierra que experimenta la dicha y el dolor que trae consigo convertirse en madre. La soberbia, la falta de experiencia, o el miedo a cometer los errores que juzgamos en todas las otras mujeres que antes que nosotros han pasado por la maternidad, nos alienan, nos separan. En está búsqueda de independencia nos encontramos en soledad, cometiendo casi los mismos u otros equívocos sin darnos cuenta.
El mundo sería distinto si pusiéramos más los pies sobre la tierra. Si nos dejáramos abrazar por la calidez de su humedad, de su humildad. Las semillas germinan lentamente; pasa mucho tiempo para que una planta madure y de fruto. Se necesitan condiciones, -como sol, agua, bacterias, insectos, aves- para que un ecosistema funcione. Los seres humanos tardamos mucho más, pero hemos olvidado dejarnos incluir en el ecosistema, es más, luchamos por "independizarnos" del sistema familiar, natural, orgánico. Queremos tomar las leyes del universo y manipularlas a placer... "sereís como dioses" ¿no fue ésa la tentación de la serpiente? Quizá éste es el paraíso perdido. La distancia que hemos puesto entre la comunión con Dios, a través de la naturaleza, de la comunidad humana que nos ofrece el abrazo y el cobijo de la confianza y la seguridad de que todo va a marchar bien, a pesar de nosotras.
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