Wednesday, March 11, 2015

El cacerolazo y la terapia breve.



Los días no parecen ser propicios ni para escribir ni para cocinar. El quehacer se acumula, los niños con fiebres altas en las noches y latosos y quejosos durante el día. Así son los últimos días de este invierno que se va con los fuertes vientos que anuncian la llegada de la primavera. Algunas lluvias, mañanas frías y mediodías llenos de sol. 

Dos o tres vueltas con el médico. Unos de urgencia, otros para recibir la prescripción del medicamento, pero todos se quedan en casa a reposar, o casi todos. (tres de cinco).
El día se va entre preparar leche con chocolate, té de mazanilla, partir una manzana por la mitad y hervirla hasta quedar suave,,, poner arroz al vapor. Calditos de pollo y recoger tiradero. Mucho mucho tiradero.

Y después de una semana y media así. Me revelo. No puedo seguir así. No quiero levantarme una noche más a cambiar sábanas, bajar fiebres con baños de agua tibia, preparar un té para beber. Pero de todos modos lo hago. A la mañana siguiente, solo me queda una cosa. Seguir con la vida cotidiana u organizar una protesta. Alguna vez escuché que en Japón las huelgas de los trabajadores no eran de brazos caídos, sino todo lo contrario, era el acelere en el trabajo; provocar una sobre producción para hacer una desestabilización de la cadena productiva y así ejercer presión sobre los patrones -o algo así-  No se como funcione eso en el ámbito empresarial, pero en el domestico definitivamente eso no puede aplicarse. No hay manera de manifestarse ni de una ni de otra forma. 

De mis amigos de la escuela de cine, los que provenían del cono sur del continente; aprendí también una forma de protesta; el famoso cacerolazo. Es esta una forma de protesta donde los manifestantes hacen saber su inconformidad golpenado cacerolas a una hora determinada, puede ser desde sus casa y sin necesidad de concentrarse o marchar por las calles o tomar plazas públicas. 
.Creo que es lo que encontré para fugarme de vez en cuando, y hacer lo que me de mi gana -sin dañar a los demás por supuesto-  solo que yo no golpeo las ollas y sartenes; yo elijo explayarme en la cocina. Aventarme de vez en cuando un cacerolazo extraodinario. 

Mi terapia, donde vuelco mi creatividad, algunos de mis talentos, mi inventiva, es en la cocina. Hoy fue pollo a la florentina.  Son pechugas de pollo selladas en mantequilla , bañadas en una deliciosa bechamel  al vino blanco, (del cual hoy prescindí por razones médicas antibióticos/alcohol) cubiertas por finas lajas de champiñones y espinacas al vapor, con un toque de queso para provocar el dorado del gratin. Una pasta a las finas hierbas. Pan de romero hecho en casa, un copa de vino blanco para acompañar hubiera sido perfecto, pero hubo una deliciosa agua de limón preperada por mi Sous chef  Catalina. El postre corrió a cargo de la repostera Teresa, quien se encargó de preparar unos deliciosos mini  cupcakes de vainilla con chispas de azúcar verde y frosting de queso con zarzamora.  

Y se fueron. Las malas vibras, los corajes, los enojos... y los platillos también.  Se evaporaron como el agua al cocer la espinaca. de pronto el color y el olor de la comida preparándose, de las especias, se llevaron muy lejos lo extraño de la semana. Solo quedaron los platos limpios, relamidos por pequeños dedos y lenguas que recorrían una y otra vez el plato en busca de un poco más de sabor.

El que dijo que el caldo de pollo era bueno para el alma no sabía nada de cocina ni de corazones desanimados. No se si mis hijos enfermos se sientan mejor. (espero que si porque el tratamiento alopático sale carísimo) pero el rato que pasamos juntos en la cocina, en la mesa y la sobremesa definitivamente ha provocado un bienestar y mejoría en el ambiente de la casa.


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