Gracioso. Ahora que estado retomando un poco cosas que he dejado de lado, como por ejemplo escribir, y esas cosas, revisando mi archivo de entradas encontré ésta. Casualmente, la última vez que intenté formalmente retomar la vida sana y hacer ejercicio fue cuando mi tercer hija, Catalina nació: EL DÍA SIGUIENTE: Busca tu centro, mantén el balance. En el blog no escribí la historia del desenlace de mi experiencia con el yoga: fui expulsada de la clase con todo y niña, porque interrumpiría - y lo pongo en futuro porque nunca hubo, por lo menos en ese horario y durante los dos meses que asistí a esa academia de danza, ningún participante más que yo- a los demás participantes. Con la moral un poco desanimada, me rendí en los brazos de una maternidad exhaustiva; llegaron dos integrantes más a formar parte de las filas de este regimiento. Por esos días decidí que iba a esperar el momento para retomar el ejercicio, ya que estuviera menos agobiada, que la disciplina física debía ser parte agradable de mi rutina, no un elemento más de estrés en ella.
Los días fueron pasando, y pasando, y pasando y se convirtieron en años. Ahora que mis hijos mayores están asistiendo a algunas clases extra por la tarde (gimnasia, tenis, ballet) empiezo a sentirme incómoda con eso de predicar con el ejemplo. Para colmo de mis males, la maestra de gimnasia durante la mañana da clase de gimnasia reductiva para adultos. Y tuvo a bien hacerme la atenta invitación de asistir a sus clases frente a Catalina, si, aquella bebecita que se ha convertido en una niña bastante inteligente.
No hubo más pretextos, la vida da muchas vueltas. Quien me sacó hace mas o menos seis años de mis intentos por hacer ejercicio, es ahora la piedra en el zapato que me está presionando para regresar a la vida sana. Cada martes y jueves que ella asiste a clase con Anita, y le pide a la maestra que me invite a su clase.
Así que hoy en la mañana, sin más pretextos -ya terminó el horario de invierno en la escuela- (es que soy muy buena encontrando justificaciones tengo que confesarlo) no tuve más remedio que ir a la clase de gimnasia. Me duele todo, crucé la puerta al final de la clase temblando como maraquero de conjunto tropical, pero finalmente lo hice. Los hijos te dan lecciones, lecciones de vida en cada etapa. En aquel entonces, hace unos años Caty me enseñó que habría tiempo para ejercitarse, que era su momento de ser bebé y que me necesitaba. Hoy me dice que ya es tiempo de empezar a hacer cosas para mi. No hay pretexto. Espero recuperar pronto flexibilidad y fuerza, ¡aunque sea para poderme pintar las uñas de los pies!
Así voy, en el eterno retorno de empezar una vez más a escribir una historia, recuperar la forma, tomar un poco de aire fresco, leer un buen libro. No se qué tanto dure esta etapa, pero al igual que las anteriores pienso disfrutarla al máximo.
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