Ahí va sobre los tejados, orgulloso, altivo seguro. El universo a sus pies. la libertad le roza los bigotes. Anoche vino, Se acurrucó junto a mi. no me dejó en paz hasta que no le hice caricias sobre la cabeza y el lomo.
Esta mañana ya no estaba. Preparé el café y lo escuché saltando por la ventana, hacia ese punto de sol que le encanta. Ahí pasa el día, creo. Cuando vuelvo a casa se que ha estado por ahí, merodeando. Su plato está vacío. A veces suele recibirme y parece que dibuja una rara sonrisa en esa boca socarrona, otras veces lo encuentro sobre el sillón. Me mira indiferente, a veces, se hace el dormido.
El invierno es frío y me encantaría sentarme a leer un buen libro y que se acurrucara en mi cuello, o en mis piernas, o a mis pies, como esas encantadoras fotos de ancianos y gatos... lo imagino ronrroneando suavemente. Pero el muy canalla le da por abandonarme. Prefiere recostarse sobre el tibio cofre del auto, bajo la estufa, en el tapete de al cocina donde pega el sol.
Así es el gato, y sin embargo se que tenemos una conexión. Un vínculo. Ni siquiera he elegido un nombre para él. No lo compré. ni me lo regalaron. Una tarde de lluvia vino a refugiarse entre las cortinas. Le ofrecí un poco de leche tibia y un lugar seco para refugio. A partir de entonces somos amigos. Compañeros a ratos. Así es el gato.
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