Tuesday, October 07, 2014

Estamos escasos de mejillas.


Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente.Pero yo os digo: No resistan al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.

(Lc. 6.27-36)


A veces cansa ser amable. A veces es doloroso. Muchas veces enferma. No es posible ir por la vida con una sonrisa franca cuando el mundo entero o la mayoría se esfuerza en darte con todo, por todos lados. Dan ganas un día de estos de declarar abiertamente que "se nos acabaron las mejillas" que se "nos llenó le buche de piedritas" o que "la última gota derramó el vaso"... hay una montón de justificaciones para empezar una guerra.

¿Qué pasa con la buena onda en este mundo? es un recurso escaso. Aquí nadie puede equivocarse porque serás señalado. Nadie puede pedir porque se siente un abusivo, nadie puede ofrecer una mano porque le agarran la otra,el pie, y lo que se deje.

Que difícil es poner la otra mejilla. cuando se vive bajo la Ley del Talión*, o peor aún, la "ley" de la selva, donde el grande y poderoso se come al chico e indefenso... el coche grande se le cierra al coche chico, el hombre insulta a la mujer  y le grita improperios en el tráfico, los adultos maltratan a los niños, los ancianos no tienen lugar con sus "chocherías"... ¡Qué difícil es vivir la norma de amor en una sociedad donde lo que se vive permanentemente es indiferencia y odio!

¿Por qué no reclamar lo que en justicia es nuestro? ¿por qué el mensaje es tan paradójico y retador para nuestros días? la respuesta está también en el mensaje que dice "No seas vencido por el mal, sino vence con el bien el mal**. " es decir, toca romper el ciclo

Cuando uno toma la rienda de una situación y controla y contiene esos sentimientos de rabia, odio, desesperación, las cosas fluyen mejor.  Ejemplo: un rozón de puerta contra un coche estacionado al lado, el dueño sale sumamente enojado y reclama se repare el daño inmediatamente. Cuando una disculpa no es suficiente y la gente sigue insistiendo en mala onda y esas cosas... quedan de dos sopas; enojarse y ponerse en un plan peor, lo que desencadenará yo no se que escalada de violencia, gritos faltas de respeto... o reconocer la culpa y ofrecer reparar el daño. Ahí termina todo. Cuando desarmas al enemigo venciendo al mal con el bien. Demostrándole que no hay mala fe, ni malas intenciones. Simplemente humanidad. Cualquiera se equivoca, y cualquiera sabe pedir una disculpa. 

Si supiéramos que está en nuestras manos empezar a propagar paz y romper los ciclos donde generamos daño y violencia, la vida sería distinta. Somos herederos de un reino de paz, tenemos que hacernos dignos de ello. Hasta que no tomemos conciencia de lo que está en nuestras manos nunca tendremos un mundo mejor. Por eso me encanta esta frase "No devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, sino más bien bendiciendo, porque fuiste llamado con el propósito de heredar bendición***". No estamos en este mundo para acabar los unos con los otros. Estamos aqui por una acto de amor.  La humanidad ha tenido ya miles de años de guerras y violencia. ¿No hemos aprendido nada?  
*La ley que se hallaba formulada en la ley judía "ojo por ojo y diente por diente" 
** Rom. 12, 21
***1 Pedro 3:9
Finalmente, comparto lo que leí con mi hija anoche, muy ad-hoc con el tema del blog: un fragmento de Momo. de Michel Ende.


"Lo que la pequeña Momo sabía hacer como nadie era escuchar. Eso no es nada especial, dirá, 
quizás, algún lector; cualquiera sabe escuchar. 
Pues eso es un error. Muy pocas personas saben escuchar de verdad. Y la manera en que 
sabía escuchar Momo era única. 
Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy 
inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, 
no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto 
miraba al otro con sus grandes ojos negros y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se 
le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él. 
Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja o indecisa sabía muy bien, de repente, qué 
era lo que quería. O los tímidos se sentían de súbito muy libres y valerosos. O los desgraciados 
y agobiados se volvían confiados y alegres. Y si alguien creía que su vida estaba totalmente 
perdida y que era insignificante y que él mismo no era más que uno entre millones, y que no 
importaba nada y que se podía sustituir con la misma facilidad que una maceta rota, iba y le 
contaba todo eso a la pequeña Momo, y le resultaba claro, de modo misterioso mientras 
hablaba, que tal como era sólo había uno entre todos los hombres y que, por eso, era 
importante a su manera, para el mundo. 
¡Así sabía escuchar Momo! 
Una vez fueron a verla al anfiteatro dos hombres que se habían peleado a muerte y que ya no 
se querían hablar, a pesar de ser vecinos. Los demás les habían aconsejado que fueran a ver 
a Momo, porque no estaba bien que los vecinos vivieran enemistados. Los dos hombres, al 
principio, se habían negado, pero al final habían accedido a regañadientes. 
Ahí estaban los dos, en el anfiteatro, mudos y hostiles, cada uno en un lado de las filas de 
asientos de piedra, mirando sombríos ante sí. 
Uno era el albañil que había hecho el hogar y el bonito cuadro de flores que había en la 
«salita» de Momo. Se llamaba Nicola y era un tipo fuerte con un mostacho negro e hirsuto. El 
otro se llamaba Nino. Era delgado y siempre parecía un poco cansado. Nino era el arrendatario 
de un pequeño establecimiento al borde de la ciudad, en el que por lo general sólo había unos 
pocos viejos que en toda la noche no bebían más que un solo vaso de vino y hablaban de sus 
recuerdos. También Nino y su gorda mujer estaban entre los amigos de Momo y muchas veces 
le habían traído cosas buenas que comer. 
Como Momo se dio cuenta de que los dos estaban enfadados, no supo, al principio, con quién 
sentarse primero. Para no ofender a ninguno, se sentó por fin en el borde de piedra de la 
escena a la misma distancia de uno y de otro y miraba alternativamente a uno y a otro. 
Simplemente esperaba a ver qué ocurría. Algunas cosas necesitan su tiempo, y tiempo era lo 
único que Momo tenía de sobra. 
Después de que los hombres hubieron estado así un buen rato, Nicola se levantó de repente y 
dijo: 
—Yo me voy. He demostrado que tenía buena voluntad al venir aquí. Pero tú ves, Momo, lo 
obstinado que es él. ¿A qué esperar más? 
Y, efectivamente, se volvió para irse. 
—Sí, ¡lárgate! —le gritó Nino—. No hacía ninguna falta que vinieras. Yo no me reconcilio con 
un criminal. 
Nicola giró en redondo. Su cara estaba roja de ira. 
—¿Quién es un criminal? —preguntó en tono amenazador y volvió a su sitio—. ¡Repítelo! 
—¡Lo repetiré cuantas veces quieras! —gritó Nino—. ¿Tú te crees que porque eres grande y 
fuerte nadie se atreve a decirte las verdades a la cara? Yo me atrevo, y te las cantaré a ti y a 
cualquiera que quiera escucharlas. Adelante, ven y mátame, como ya dijiste una vez que 
harías. 
—¡Ojalá lo hubiese hecho! —chilló Nicola y apretó los puños—. Ya ves, Momo, cómo miente y 
calumnia. Sólo lo agarré una vez por el cuello y lo tiré al charco que hay detrás de su covacha. 
Allí no se ahoga ni una rata —volviéndose de nuevo a Nino, gritó—: por desgracia vives 
todavía, como se puede ver. 
Durante un rato volaron en una y otra dirección los peores insultos, y Momo no podía entender 
de qué iba la cosa y por qué estaban tan enfadados los dos. Pero poco a poco fue sabiendo 
que Nicola sólo había cometido aquella salvajada porque Nino, antes, le había dado una 
bofetada delante de algunos de sus parroquianos. A eso, por su parte, le había antecedido el 
intento de Nicola de hacer añicos toda la vajilla de Nino. 
—¡No es verdad! —se defendió amargamente Nicola—. Sólo tiré a la pared una sola jarra que, 
además, ya tenía una grieta. 
—Pero la jarra era mía, ¿sabes? —respondió Nino—. Y, además, no tienes derecho a eso. 
Nicola pensaba que sí tenía derecho a eso, porque Nino lo había ofendido en su honor de 
albañil. 
—¿Sabes lo que dijo de mí? —gritó dirigiéndose a Momo—. Dijo que yo no era capaz de 
construir una pared derecha, porque estaba borracho día y noche. Que era igual que mi 
tatarabuelo, que había trabajado en la torre inclinada de Pisa. 
—Pero, Nicola —contestó Nino—, si eso era una broma. 
—¡Bonita broma! —protestó Nicola—. No tiene ninguna gracia. 
Resultó que Nino sólo había devuelto una broma anterior de Nicola. Porque una mañana se 
había encontrado con que en su puerta habían escrito con grandes letras rojas: «Venteros y 
gatos, todos latros». Y eso, a su vez, no le había hecho ninguna gracia a Nino. 
Durante un rato se pelearon, muy en serio, sobre cuál de las dos bromas era peor, y volvieron 
a encolerizarse. Pero de repente se quedaron cortados. 
Momo los miraba con grandes ojos, y ninguno de los dos podía explicarse bien, bien, su 
mirada. ¿Es que, por dentro, se estaba riendo de ellos? ¿O estaba triste? Su cara no se lo 
decía. Pero a los dos hombres les pareció, de repente, que se veían a sí mismos en un espejo, 
y comenzaron a sentir vergüenza. 
—Bien —dijo Nicola—, puede ser que no debiera haber escrito aquello en tu puerta, Nino. No 
lo hubiera hecho si tú no te hubieras negado a servirme un vaso de vino más. Eso iba contra la 
ley, ¿sabes? Porque siempre te he pagado y no tenías ninguna razón para tratarme así. 
—¡Ya lo creo que la tenía! —contestó Nino—. ¿Es que ya no te acuerdas de aquel asunto del 
san Antonio? ¡Ah, ahora te has puesto blanco! Porque me estafaste con todas las de la ley, y 
no tengo por qué aguantártelo. 
—¿Que yo te estafé a ti? —gritó Nicola—. ¡Al revés! Tú querías engañarme a mí, sólo que no 
lo conseguiste. 
El asunto era el siguiente: en el pequeño establecimiento de Nino colgaba de la pared una 
pequeña imagen de san Antonio. Era una foto en color que Nino había recortado una vez de 
una revista. 
Un día, Nicola le quiso comprar esa imagen; según decía, porque le gustaba mucho. 
Regateando hábilmente, Nino había conseguido que Nicola le diera, a cambio, su vieja radio. 
Nino se creyó muy listo, porque Nicola hacía muy mal negocio. Se pusieron de acuerdo. 
Pero después resultó que entre la imagen y el marco de cartón había un billete de banco, del 
que Nino no sabía nada. De repente era él el que hacía un mal negocio, y eso le molestaba. 
Exigió que Nicola le devolviera el dinero, porque éste no formaba parte del trato. Nicola se 
negó, y entonces Nino no le quiso servir nada más. Así había comenzado la pelea. 
Así que los dos llegaron al principio del asunto que los había enemistado, callaron un rato. 
Entonces preguntó Nino: 
—Dime ahora con toda honradez, Nicola, ¿ya sabías de ese dinero antes del cambio o no? 
—Claro que sí; si no, no hubiera hecho el cambio. 
—Entonces estarás de acuerdo en que me has estafado. 
—¿Por qué? ¿En serio que tú no sabías nada de ese dinero? 
—No, palabra de honor. 
—¡Lo ves! Eras tú quien querías estafarme a mí. Porque, ¿cómo podías pedirme mi radio a 
cambio de un trozo de papel de periódico? 
—¿Y cómo te enteraste tú de lo del dinero? —Dos noches  antes había visto cómo un cliente lo metía allí como ofrenda a san Antonio. 
Nino se mordió los labios: 
—¿Era mucho? 
—Ni más ni menos que lo que valía mi radio —contestó Nicola. 
—Entonces, toda nuestra pelea —dijo Nino pensativamente— solamente es por el san Antonio 
que recorté de una revista. 
Nicola se rascó la cabeza: 
—En realidad, sí. Si quieres te lo devuelvo, Nino. 
—¡Qué va! —contestó Nino, con mucha dignidad—. Lo que se da no se quita. Un apretón de 
manos vale entre caballeros. 
Y de repente, ambos se echaron a reír. Bajaron los escalones de piedra, se encontraron en 
medio de la plazoleta central, se abrazaron dándose palmadas en la espalda. Después, ambos 
abrazaron a Momo y le dijeron: 
—¡Muchas gracias! 
Cuando, al cabo de un rato, se fueron, Momo siguió diciéndoles adiós con la mano durante 
mucho rato. Estaba muy contenta de que sus dos amigos volvieran a estar de buenas. 
Otra vez, un chico le trajo su canario, que no quería cantar. Eso era una tarea mucho más 
difícil para Momo. Tuvo que estar escuchándolo toda una semana hasta que por fin volvió a 
cantar y silbar. 
Momo escuchaba a todos: a perros y gatos, a grillos y ranas, incluso a la lluvia y al viento en 
los árboles. Y todos le hablaban en su propia lengua. 
Algunas noches, cuando ya se habían ido a sus casas todos sus amigos, se quedaba sola en 
el gran círculo de piedra del viejo teatro sobre el que se alzaba la gran cúpula estrellada del 
cielo y escuchaba el enorme silencio. 
Entonces le parecía que estaba en el centro de una gran oreja, que escuchaba el universo de 
estrellas. Y también que oía una música callada, pero aun así muy impresionante, que le 
llegaba muy adentro, al alma. 
En esas noches solía soñar cosas especialmente hermosas. 
Y quien ahora siga creyendo que el escuchar no tiene nada de especial, que pruebe, a ver si 
sabe hacerlo tan bien."
para quien le interese esta linda novela aquí el link para leerla en línea MOMO


No comments: