Monday, October 27, 2014

desapareciendo

No podía llorar y todo se quedaba dentro. El agua le llegaba hasta el cuello. Mucho peso sobre sus hombros. Soledad, Silencio. Nunca había estado tan rodeada de gente y tan sola al mismo tiempo. Había olvidado su nombre. “cariño”, “mami”, “nena” por cualquiera de estos apelativos respondía. Su identificación oficial había desaparecido su nombre, desde hace más de una década se le conocía como “señora D”
Era parte del mobiliario de la casa, siempre estaba ahí para atender la puerta, contestar el teléfono, salir de emergencia y tener lista la comida. El perro necesitaba alguien que lo alimentara. También los peces. Había que estar al pendiente de los recibos y pagarlos. Había que estar en el festival  escolar. La ropa debía estar lista y planchada y doblada y guardada en los cajones y colgada en los ganchos. La loza en el trastero, en las alacenas las latas y las pastas antes de ser preparadas… El horno caliente. Las hornillas prendidas, el caldero burbujeando …
Ni el sol, ni la lluvia, ni la enfermedad, ni el dolor o el ruido o el montón de basura en el cesto podían esperar. Los baños, el jardín, la cochera, el auto, la aspiradora, el botón que se desprendió, el mensajero con un paquete, el reloj con el cambio de horario… Todo urgente y preciso. Cada cambio de estación, cada temporada , cada ciclo escolar, cada período.
Poco a poco fue desapareciendo, primero fue su alegría juvenil, el brillo de sus ojos y su sonrisa.  lenta y disimuladamente. El color de su piel, fue palideciendo paulatinamente hasta convertirse en un camuflaje. El volumen de su voz se apagó hasta casi ser imperceptible. Después fue su cabello,  que nunca había sido abundante o muy sedoso, se fue haciendo escaso y seco, inmanejable, corto y sin color. Ya no había la mínima huella de su figura, antes lozana y firme. Su contorno se había hecho difuso, borroso, fácilmente confundible con el entorno, el color de sus ropas antes múltiple y llamativo se había trasformado en tonos ocres, oscuros, cobrizos, negro o casi nunca blanco, como una fotografía que va perdiendo su color cuando se expone largo tiempo a la luz..
Estaba desapareciendo lenta y silenciosamente sin que nadie la echara en falta. Porque paradógicamente siempre estaba ahí. Incondicional, en silencio, obediente, sumisa y paciente. De vez en cuando algún pájaro entraba en la jaula  y revoloteaba y revolvía todo como si quisiera despertar lo que se había dormido, pero solo lograba revolverlo todo. Sus alas agitadas levantaban el polvo con el que había cubierto sus sueños, para olvidar que estaban ahí. Pero había que dejarlo ir, después de todos los pájaros no están hechos para vivir dentro de una jaula. Luego, parecía que había caído cada vez en un sueño más profundo. Ni una parvada entera podía ya despertarla de la pesadez que habitaba en ella. Puntualmente llegó la cita que estaba esperando desde hacía mucho tiempo.  Un frasco de pastillas fue el remedio para tal enfermedad.
Una sombra, un eco que espiaba detrás de las paredes y escuchaba los pasos de quienes alguna vez supieron de su existencia. Ni el cesto de ropa, ni la pila de hojas secas, ni el montón de correspondencia la echaron en falta. Deambulaba por los pasillos, lejana, flotando entre lo que una vez consideró suyo, escuchando a lo lejos voces que llamaban un nombre, que trataba de recordar pero no conocía.
Allá lejos, miraba a todos con caras largas. Vestidos negros. Buscando no se qué. Llamando a alguien. El teléfono sonaba una y otra vez y no había nadie para responderlo. La bandeja de entrada estaba saturada. Abrazos y besos y caricias y palabras de aliento flotaban entre los presentes. Todo va a estar bien. Lo superarán. Ella está en un mejor lugar. Y era cierto.

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