Recibió el cayado, con manos jóvenes y el corazón inquieto. Su misión era grande. El mundo estaba dividido. La herida aún estaba abierta. Teníamos sed de paz, de justicia, de perdón... pero no lo sabíamos.
Pudo haber tomado la silla y sentarse y observar como acontecía la historia. Pero decidió adueñarse de su destino: tomó la cruz entre sus manos y nos invitó a tomar la nuestra.
Recorrió caminos que nadie imaginó, derribó barreras, abrió puertas que le habían dicho estaban cerradas. Cobijado bajo el manto de estrellas, de la mano de su madre, llevó al mundo un mensaje de vida y de esperanza: "no tengaís miedo" nos dijo al mundo que temblabamos bajo la sombra de muerte que amenazaba cubrirlo todo.
Su discurso y su mensaje siempre joven, aún cuando sus fuerzas mermaban... no enseñó a través de su misma persona, que la voluntad y espíritu decidido siguen dentro de un cuerpo cansado y viejo. Nadie ha convocado tantos jóvenes a su alrededor, aún cuando su paso era lento, su hablar pausado y el cayado para dirigir el redil fuera más un bastón que sostenía su débil figura.
El mundo no es el mismo desde que lo conocimos. Hoy se le reconoce como intercesor, ejemplo y testigo fiel del evangelio. Cambió el rumbo de mi historia... su enseñanza, su amor a la vida y su mirada esperanzada en el futuro me hicieron ver el mundo con otros ojos. Deseaba de todo corazón estar en esa fiesta, en la Ciudad Eterna, pero esta noche comprendí una de sus más grandes enseñanzas: no hay barreras. Todo el mundo es Roma y Roma, es todo el mundo. Cada hogar, cada parroquia, cada corazón es tierra conquistada. Celebro desde mi casa, con los míos, el regalo de la vida, de la familia, de la paz.
Gracias Juan Pablo II.
2 comments:
Anita, escribes precioso, no dejes de hacerlo.
Tu fan number 1
Anita, escribes muy bien, no dejes de hacerlo.
Tu fan number one!!!
Palomamá
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