El cazador de sueños.
Caminando, bajo el quemante rayo del sol, solo cuenta con un leve pista de que la manada ha pasado por ahi, una intución, un presentimiento. El hambre apremia y los suyos esperan que regrese pronto con el fruto de su trabajo. La blanca arena refleja la luz y el aire caliente levanta nubarrones de polvo.
Sentado, en la soledad y el silencio de su estudio, frente a la hoja en blanco, el escritor prepara sus herramientas para comenzar la obra. Solo cuenta con una idea, una intuición, un presentimiento. Notas, fotografías, memorias... se aglutinan y danzan frente a su mente en desorden y carentes de sentido.
Sigue la leve pista de las huellas que a ratos se borran sobre la arena. Tras largo rato de trazar la ruta, finalmente topa con la manada. Los venados corren en diferentes direcciones al sentirse acechados por el extraño. El cazador ha elegido a su víctima, solo una, y comienza la presecusión de la muerte. ¿quién resistirá más, el hobre o la bestia? El modo más antiguo de cazar, cuando presa y cazador se enfrentaban sin armas, con sus propias fuerzas.
Elige una idea, una entre las miles que se agolpan cuando va a comenzar a escribir, quizá la única que se presenta, la más nítida, la más encantadora, la más oscura... Notas y notas, escritos tras escritos. Escribe y desecha, una y otra vez, centrado en esa idea... persitentemente. Noches enteras frente al monitor, escribiendo... eliminando lo escrito. Es el hombre y su idea. Sólo cuenta con su creatividad, su imaginación y el lenguaje plagado de palabras.
Sus enemigos son sus aliados. El tiempo, la inclemencia del calor, el paso, sin pausa pero sin prisa lo acerca cada vez más a su meta. El hambre, el calor, lo sienten tanto la victima como el victimario. los hace uno solo en la competencia por la supervivencia. Las áridas dunas, el sol a plomo, la tierra caliente y la sed...
Su motor más valioso son sus emociones. Abre cajas de pandora, donde el dolor y el recuerdo le nvitan a detenerse, a cejar en el efuerzo, declinar y recomenzar otra búsqueda, una nueva idea, un nuevo comienzo, una nueva historia. La sed de justicia, de consuelo, de libertad, se agolpan bloqueando el avance de su escrito. Padece la tentación de evitar la profundidad del sentimiento y quedarse en la superficie, en la comodidad de los lugares comunes.
La presa se ha metido en la enramada. El cazador está cerca pero es cada vez más difícil seguirle el paso. La piel se desgarra cuando se desplaza entre las espinas. Han pasado mucho rato bajo el sol, las fuerzas comienzan a mermar. El cazador sin perder se vista a su presa y sin detener su trote, se refresca con un poco de agua. El zurrón de provisiones es su tesoro más valioso. Su cantimplora, la fuente de vida que renueva un poco sus limitadas energías.
Corre a su alforja llena de memorias, sus experiencias. La realidad que lo acompaña a lo largo de su existencia. Los viajes, las fotografías, las caricias, la música, los olores... regresa a sus libros, a sus recuerdos, a sus amores. Y bebe de allí, saciando la sed que le ha causado la carrera tras su obra. Y ahi, la mira, llegando a un clímax inesprado, sorprendente.
Cazador y presa se miran frente a frente. Exaustos, La bestia se arrodilla y se echa rendida, esperando el momento de su muerte. El cazador atraviesa el corazón de la bestia y termina con el sufrimeinto de ambos. Regresará con los suyos con las manos llenas de victoria.
El desenlace es la estocada final. Atravesar el corazón de la obra y terminar con la faena es, para el escirtor el final del camino, solo que, a veces, la obra, si es buena, supera al escritor. Es él, quien se arrodilla ante lo sorprendente, lo intenso, lo profundo y lo trascendente que se ha logrado a través de la creación de lo que le llaman arte.
Caminando, bajo el quemante rayo del sol, solo cuenta con un leve pista de que la manada ha pasado por ahi, una intución, un presentimiento. El hambre apremia y los suyos esperan que regrese pronto con el fruto de su trabajo. La blanca arena refleja la luz y el aire caliente levanta nubarrones de polvo.
Sentado, en la soledad y el silencio de su estudio, frente a la hoja en blanco, el escritor prepara sus herramientas para comenzar la obra. Solo cuenta con una idea, una intuición, un presentimiento. Notas, fotografías, memorias... se aglutinan y danzan frente a su mente en desorden y carentes de sentido.
Sigue la leve pista de las huellas que a ratos se borran sobre la arena. Tras largo rato de trazar la ruta, finalmente topa con la manada. Los venados corren en diferentes direcciones al sentirse acechados por el extraño. El cazador ha elegido a su víctima, solo una, y comienza la presecusión de la muerte. ¿quién resistirá más, el hobre o la bestia? El modo más antiguo de cazar, cuando presa y cazador se enfrentaban sin armas, con sus propias fuerzas.
Elige una idea, una entre las miles que se agolpan cuando va a comenzar a escribir, quizá la única que se presenta, la más nítida, la más encantadora, la más oscura... Notas y notas, escritos tras escritos. Escribe y desecha, una y otra vez, centrado en esa idea... persitentemente. Noches enteras frente al monitor, escribiendo... eliminando lo escrito. Es el hombre y su idea. Sólo cuenta con su creatividad, su imaginación y el lenguaje plagado de palabras.
Sus enemigos son sus aliados. El tiempo, la inclemencia del calor, el paso, sin pausa pero sin prisa lo acerca cada vez más a su meta. El hambre, el calor, lo sienten tanto la victima como el victimario. los hace uno solo en la competencia por la supervivencia. Las áridas dunas, el sol a plomo, la tierra caliente y la sed...
Su motor más valioso son sus emociones. Abre cajas de pandora, donde el dolor y el recuerdo le nvitan a detenerse, a cejar en el efuerzo, declinar y recomenzar otra búsqueda, una nueva idea, un nuevo comienzo, una nueva historia. La sed de justicia, de consuelo, de libertad, se agolpan bloqueando el avance de su escrito. Padece la tentación de evitar la profundidad del sentimiento y quedarse en la superficie, en la comodidad de los lugares comunes.
La presa se ha metido en la enramada. El cazador está cerca pero es cada vez más difícil seguirle el paso. La piel se desgarra cuando se desplaza entre las espinas. Han pasado mucho rato bajo el sol, las fuerzas comienzan a mermar. El cazador sin perder se vista a su presa y sin detener su trote, se refresca con un poco de agua. El zurrón de provisiones es su tesoro más valioso. Su cantimplora, la fuente de vida que renueva un poco sus limitadas energías.
Corre a su alforja llena de memorias, sus experiencias. La realidad que lo acompaña a lo largo de su existencia. Los viajes, las fotografías, las caricias, la música, los olores... regresa a sus libros, a sus recuerdos, a sus amores. Y bebe de allí, saciando la sed que le ha causado la carrera tras su obra. Y ahi, la mira, llegando a un clímax inesprado, sorprendente.
Cazador y presa se miran frente a frente. Exaustos, La bestia se arrodilla y se echa rendida, esperando el momento de su muerte. El cazador atraviesa el corazón de la bestia y termina con el sufrimeinto de ambos. Regresará con los suyos con las manos llenas de victoria.
El desenlace es la estocada final. Atravesar el corazón de la obra y terminar con la faena es, para el escirtor el final del camino, solo que, a veces, la obra, si es buena, supera al escritor. Es él, quien se arrodilla ante lo sorprendente, lo intenso, lo profundo y lo trascendente que se ha logrado a través de la creación de lo que le llaman arte.
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