Una musa en uniforme.
Novela por entregas, capítulo IV
Trascurrió el día sin mayor novedad. Las clases tan entretenidas como siempre. Copiar del pizarrón, entregar tareas, escuchar la exposición de las culturas prehispánicas... La cosa estaba un poco aburrida. Los estudiantes hacían de las suyas para entretenerse entre clases. Un catálogde cosméticos circulaba de papelera en papelera a ratos. Miguel aprovechaba el momento en que el profe de historia escribía el tema en el pizarrón para traficar un poco mercancía prohibida. No, no estamos hablando aquí de estupefacientes o alucinógenos. Chicles, pastilas de menta y dulces de ácidos sabores que pintaban la lengua y los labios de llamativos colores, entre otras cosas. Lo que la cafetería del colegio no ofrecía.
Los pedídos se hacían por escrito y viajaban de lugar en lugar, algunas veces detenidos por algún curioso o curiosa -pero había que seleccionar un ruta segura, evitando a toda costa el que el mensaje cayera en manos de algún ñoño que en el mejor de los casos evitara a toda costa que la orden de pedido llegara al comericante, y el peor, que fuera con el chisme y la cosa se pusiera tensa.
De un momento a otro, y ya para lo hora del primer descanso, más de la mitad de la clase mascaba -algunos discretamente, otros con un cinismo absoluto- chicles de sabores varios. Había momentos, en especial en la clase de literatura, que alguno era sorprendido. La tercera hora era crucial. "La Garfio" como se conocía a la profesora de la materia, tenía una depurada técnica para descubrir a los mascantes. Utilizaba unos enormes lentes de armazón de pasta y cristal grueso, como el fondo de una botella. De pronto, levantaba la vista del libro y la clavaba en algún punto perdido entre los alumnos.
- ¿Me hace el favor de tirar su chicle? decía sin señalar explícitamente a quién dirigía su petición.
De pronto, algún incauto que se sentía aludido y señalado, se levantaba hacia el bote de basura y escupía la goma de mascar. -Gracias- continuaba la mujer. pero la personita a quién me refería aún no ha hecho el favor de tirar su chicle.
Un par de señoritas sentadas al fondo del salón, se ponen de pie y hacen lo propio. Otro animado que se ha sentido aludido se para con discreción y mientras afila la punta de su lápiz junto al basurero escupe suavemente su golosina. La profesora no continúa la clase. La pausa es dramática. Otro más que no resiste la presión se pone de pie y enrolla discretamente en un pañuelo desechable lo que había estado rumiando. El silencio es tenso. La profesora aún no continúa la clase.
Tras la pausa que se siente eterna, finalmente se decide a continuar la clase. -Abran su libro de lectura en la página... ¿sigo escuchando en los alrededores a algún rumiante?- pregunta la profesora levantando de nuevo la mirada, sin fijarla en alguien en especial. Dos compañeras más se ponen de pie y se dirigen al cesto. Los demás las observan entre risillas murmuradas.
-¿Puedo continuar? o vamos a seguir jugando al ganado...
Apenas regresa la vista al libro, cuando otro compañero finge que tose y en el pañuelo esconde su delito. Lo guarda discretamente en su papelera.
-Página 120, Minimusa, por favor, te pones de pie, tiras tu chicle y ¿nos haces favor de leer en voz alta el siguiente texto?
Minimusa se aclara la garganta, está a punto de pararse al bote y hacer lo que los otros, pero su orgullo es más grande. respira hondo y de un solo trago se pasa el chicle. Le da náusea la sensación del chicle en la garganta. los ojos se le ponen un poco llorosos, pero abre su libro y empieza a leer en voz alta: -Los viajes de Ulises.
A medida que avanzaba en el texto, la sensación de asco iba y venía una y otra vez. Galleaba mientras pronunciaba algunas palabras. Después del segundo párrafo la profesora pide que se detenga.
- Gracias señorita, la próxima vez que esté usted enferma, indíquemelo para que no la ponga a leer. Tome asiento. Sandra, ¿puedes continuar con el texto?
Minimusa estaba de todos colores. Se sentía fatal. Tenía tantas ganas de volver el estómago que se levanta de su lugar de un salto y corre hacia el baño sin siquiera pedir permiso.
Al regresar, los compañeros trabajan un ejercicio.
- La próxima vez tire el chicle señorita. -murmuró la Garfio al ver entrar a Mini con la cara pálida- es más fácil y menos vergonzoso.
Minimusa tomó su libreta de apuntes y empezó a ponerse al corriente con el ejercicio. ¿por qué diablos no había tirado el chicle a la primera llamada? se preguntaba mienras copiaba a toda velocidad el ejercicio del pizarrón antes del toque de cambio de clase. -Nota mental- pensó Mini mientras escribía a toda prisa- la próxima vez, solo lo mantendré pegado al paladar... aunque me escuche medio gangosa.
La chicharra anuncia con su aguda voz el final de la clase. Los murmullos se van haciendo más y más fuertes, los compañeros se levantan de sus lugares y Mini trata esforzadamente de terminar de copiar las últimas líneas, pero la tarea se vuelve un poco difícil. Se levanta de su banca y se acerca lo más que puede al pizzarón. De regreso a su banca, sobre la mesa aparece un pequeño envoltorio.
Nunca dejes de ser tu misma. Me encanta.
Decía un trozo de papel escrito con tinta azul, que envolvía un chicle sabor uva. Miró a su alrededor pero nadie parecía estar al tanto de lo sucedido. Tomó la pastilla y sin pensarlo la metió a su boca. Dobló el trozo de cuaderno y lo guardó en su estuche de colores.
Novela por entregas, capítulo IV
Trascurrió el día sin mayor novedad. Las clases tan entretenidas como siempre. Copiar del pizarrón, entregar tareas, escuchar la exposición de las culturas prehispánicas... La cosa estaba un poco aburrida. Los estudiantes hacían de las suyas para entretenerse entre clases. Un catálogde cosméticos circulaba de papelera en papelera a ratos. Miguel aprovechaba el momento en que el profe de historia escribía el tema en el pizarrón para traficar un poco mercancía prohibida. No, no estamos hablando aquí de estupefacientes o alucinógenos. Chicles, pastilas de menta y dulces de ácidos sabores que pintaban la lengua y los labios de llamativos colores, entre otras cosas. Lo que la cafetería del colegio no ofrecía.
Los pedídos se hacían por escrito y viajaban de lugar en lugar, algunas veces detenidos por algún curioso o curiosa -pero había que seleccionar un ruta segura, evitando a toda costa el que el mensaje cayera en manos de algún ñoño que en el mejor de los casos evitara a toda costa que la orden de pedido llegara al comericante, y el peor, que fuera con el chisme y la cosa se pusiera tensa.
De un momento a otro, y ya para lo hora del primer descanso, más de la mitad de la clase mascaba -algunos discretamente, otros con un cinismo absoluto- chicles de sabores varios. Había momentos, en especial en la clase de literatura, que alguno era sorprendido. La tercera hora era crucial. "La Garfio" como se conocía a la profesora de la materia, tenía una depurada técnica para descubrir a los mascantes. Utilizaba unos enormes lentes de armazón de pasta y cristal grueso, como el fondo de una botella. De pronto, levantaba la vista del libro y la clavaba en algún punto perdido entre los alumnos.
- ¿Me hace el favor de tirar su chicle? decía sin señalar explícitamente a quién dirigía su petición.
De pronto, algún incauto que se sentía aludido y señalado, se levantaba hacia el bote de basura y escupía la goma de mascar. -Gracias- continuaba la mujer. pero la personita a quién me refería aún no ha hecho el favor de tirar su chicle.
Un par de señoritas sentadas al fondo del salón, se ponen de pie y hacen lo propio. Otro animado que se ha sentido aludido se para con discreción y mientras afila la punta de su lápiz junto al basurero escupe suavemente su golosina. La profesora no continúa la clase. La pausa es dramática. Otro más que no resiste la presión se pone de pie y enrolla discretamente en un pañuelo desechable lo que había estado rumiando. El silencio es tenso. La profesora aún no continúa la clase.
Tras la pausa que se siente eterna, finalmente se decide a continuar la clase. -Abran su libro de lectura en la página... ¿sigo escuchando en los alrededores a algún rumiante?- pregunta la profesora levantando de nuevo la mirada, sin fijarla en alguien en especial. Dos compañeras más se ponen de pie y se dirigen al cesto. Los demás las observan entre risillas murmuradas.
-¿Puedo continuar? o vamos a seguir jugando al ganado...
Apenas regresa la vista al libro, cuando otro compañero finge que tose y en el pañuelo esconde su delito. Lo guarda discretamente en su papelera.
-Página 120, Minimusa, por favor, te pones de pie, tiras tu chicle y ¿nos haces favor de leer en voz alta el siguiente texto?
Minimusa se aclara la garganta, está a punto de pararse al bote y hacer lo que los otros, pero su orgullo es más grande. respira hondo y de un solo trago se pasa el chicle. Le da náusea la sensación del chicle en la garganta. los ojos se le ponen un poco llorosos, pero abre su libro y empieza a leer en voz alta: -Los viajes de Ulises.
A medida que avanzaba en el texto, la sensación de asco iba y venía una y otra vez. Galleaba mientras pronunciaba algunas palabras. Después del segundo párrafo la profesora pide que se detenga.
- Gracias señorita, la próxima vez que esté usted enferma, indíquemelo para que no la ponga a leer. Tome asiento. Sandra, ¿puedes continuar con el texto?
Minimusa estaba de todos colores. Se sentía fatal. Tenía tantas ganas de volver el estómago que se levanta de su lugar de un salto y corre hacia el baño sin siquiera pedir permiso.
Al regresar, los compañeros trabajan un ejercicio.
- La próxima vez tire el chicle señorita. -murmuró la Garfio al ver entrar a Mini con la cara pálida- es más fácil y menos vergonzoso.
Minimusa tomó su libreta de apuntes y empezó a ponerse al corriente con el ejercicio. ¿por qué diablos no había tirado el chicle a la primera llamada? se preguntaba mienras copiaba a toda velocidad el ejercicio del pizarrón antes del toque de cambio de clase. -Nota mental- pensó Mini mientras escribía a toda prisa- la próxima vez, solo lo mantendré pegado al paladar... aunque me escuche medio gangosa.
La chicharra anuncia con su aguda voz el final de la clase. Los murmullos se van haciendo más y más fuertes, los compañeros se levantan de sus lugares y Mini trata esforzadamente de terminar de copiar las últimas líneas, pero la tarea se vuelve un poco difícil. Se levanta de su banca y se acerca lo más que puede al pizzarón. De regreso a su banca, sobre la mesa aparece un pequeño envoltorio.
Nunca dejes de ser tu misma. Me encanta.
Decía un trozo de papel escrito con tinta azul, que envolvía un chicle sabor uva. Miró a su alrededor pero nadie parecía estar al tanto de lo sucedido. Tomó la pastilla y sin pensarlo la metió a su boca. Dobló el trozo de cuaderno y lo guardó en su estuche de colores.
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