Abuelo.
Nació con alma de viejo. Desde muy pequeño se apoderó de la silla mecedora. Apenas pudo caminar y eligió un ar de pantunflas cómodas y suaves para recorrer la casa. Tardes enteras se mecía sobre la silla mecedora, con el gato sobre el regazo, quien a diferencia de otros niños, no le temía, más aún, lo consideraba un protector, a pesar de ser pequeño. Y cuando aprendió a leer, descubrió el mundo de los cuentos. Los leía una y otra vez, quizá por disfrutarlos, quizá por memorizarlos bien.
El tiempo pasaba, las velas del pastel cada año iban en aumento. La vieja radio que ya nadie escuchaba era su juguete favorito. Sólo sintonizaba una estación: la de la "música ligada al recuerdo", canciones llenas de melancolía y recuerdos para quienes en otros tiempos habían vivido historias de amor y desamor entre sus compases, para él eran compañeras durante las tardes. Y el tiempo que nunca ha detenido su paso, poco a poco le fue haciendo justicia.
Conoció una mujer, quien enamorada de su tierno corazón, le regaló una familia. Era difícil de entenderlo. Mientras los otros padres jugaban fútbol con sus hijos, él compraba un telescopio e intentaba enseñarles cómo orientarrse con las estrellas. Entre el trabajo y la rutina, se escurrió el tiempo entre sus dedos. Siempre buscando lo mejor para su hijo, y siempre equivocándose...
- ¡Nunca fuste un padre para mi!- gritó su hijo antes de abandonar la casa paterna. Él extendió su periódico y se acomodó las pantunflas en los pies. Cuando se cubrió la cara tras el papél grisáceo de noticias, una lágrima corrió por su cara. -¿No vas a detenerlo? gritaba ella con el corazón de madre hecho pedazos. No contestó. Nada parecía conmoverlo.
Muchos días pasaron y la distancia y el dolor de la pérdida se fueron haciendo mayores. Sus manos nudosas, su cabello cano, por fin habían llegado. Su caminar simpre había sido lento, sólo que ahora ya no se veía extraño. La vieja mecedora y su vaivén completaban el cuadro. Ya era un anciano.
Cierta tarde de verano, voces infantiles sonaron en la reja de la entrada. Su corazón se aceleró. Con su paso lento pero el pulso trepidante como si hubiera corrido un maratón, lo llevó hasta la ventana que daba a la calle. Había regresado.
Señalando hacia la ventana, una pequeña de grandes ojos oscuros gritó:
- papá ¿ese es mi abuelo?
Las manos del viejo temblaban de emoción. La abuela abrió la reja y los invitó a pasar. la casa olía a chocolate caliente y galletas recién hechas. Rodeando la mecedora, tres pequeños miraban con admiración al viejo, quie relataba historias de cuentos, historias fantásticas, de viajes, de mundos desconocidos, de estrellas y de galaxias lejanas. Luego, de su armario sacó un estuche empolvado quue guardaba en su interior un telescopio, y apenas cayó la noche, los niños y el abuelo miraron las estrellas. Mientras los niños tumbados sobre el pasto miraban las estrellas, él sonreía como nunca lo había hecho, como uno más de ellos, como un niño.
No comments:
Post a Comment