Monday, April 19, 2010


Dias largos.

Noches que no tienen fin, días eternos. No recuerdo horas más largas que las de la espera. Las de la emoción, las del compás entre el extraño presente y el aún más extraño porvenir. Instantes que parece se detienen y se burlan en tu cara, se repiten, se arrastran lentamente frente a ti cada segundo, ocupándose  de que el tiempo sea lo más espeso posible.

Muchos pensamientos pasan por la cabeza. El miedo, la emoción, la deseperanza, la alegría, la pena... el recuerdo de el instante en que todo empezó, cuando aquél dia, con tu  vestido blanco y el brillo en tus ojos dijiste que si. Quizà empezó mucho antes, en la primera mirada, en el primer contacto, tal vez empezó mucho después. El fallo positivo. El vuelco en el corazón. Las estaciones que irían pasando, una tras otra, hasta llegar el momento de la cosecha. La cabeza se confunde porque siempre supiste que eran dos, pero ahora han formado uno. Y mientras las horas serpentean en torno al reloj, tu cuerpo trabaja llevando a cabo una de las tareas para la cual fue diseñado: traer luz al mundo. Ese fuego que arde en el vientre, pero que purufica y da vida. Alumbramiento. "Fuego he venido a traer al mundo y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo" (Lc 12, 49-53). Dar a luz. Hermosa forma de llamar el más generoso sacrificio que se ofrece por amor.

El siguiente reto, tras la enorme tempestad de sentimientos y sensaciones extremas que es el nacimiento, es el permenecer encendidos. llenos de luz. De Luz.

A mi hermana, en el día del naciemiento de su primogénito.




He venido a traer fuego sobre la tierra

He venido a traer fuego sobre la tierra

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