Monday, September 14, 2015

Cuentacuentos


Margarita está linda la mar, 
y el viento,
 lleva esencia sutil de azahar;
 yo siento 
en el alma una alondra cantar: 
tu acento: 
Margarita, te voy a contar un cuento... 

A Margarita.
Rubén Darío

Hubo una época, mucho antes de que existiera la letra impresa, o la letra misma, donde la voz del contador de historias relataba los mitos, las leyendas, quizá al rededor del fuego, cuando el momento de descanso había llegado, el cuentero, chamán, griot, fabulador, juglar... recreaba la realidad, contaba las historias del pasado, trayéndoles al presente con la ayuda de la imaginación de quienes lo escuchaban.

Sus palabras despertaban monstruos, generaban fuegos, recordaban tragedias y triunfos. Su palabra era el testimonio de la historia, Disparador de fantasía, al relatar con su voz, sus manos, sus cuerpo, su gesto, su mirada lo que nadie ha visto, pero que puede recrear con la imaginación gracias al hechizo que lanza cuando comienza a narrar.   

En una suerte de danza hipnótica colectiva, quienes le escuchan entran en convenciones voluntarias y conceden por un momento que sea el narrador quien les abra la puerta a otras realidades. Convoca a la mente de cada uno de los espectadores, a permitirse por un momento soñar despiertos, algo como un sueño dirigido. Cada uno escucha el relato y se imagina a su propio protagonista, a su monstruo, tan espeluznante o tan valeroso, o tan agraciado como la propia imaginación lo permita. 

Este soñar despierto al que invita el contador de historias, reafirma la realidad, y al mismo tiempo la cuestiona. Invita a mirarla desde distintos puntos de vista. Quien escucha la narración percibe hechos desde la entonación, la mímica, los gestos y los silencios que manifiestan y exponen como una suerte de vidriera o aparador el alma de quien está narrando. Los mensajes vienen y van más allá de la anécdota comunicada.

A diferencia de otro tipo de narraciones, como la visual (a través de la imágenes fijas o en movimiento), la escrita o la auditiva, la narración oral hace partícipes a los interlocutores. El cuentero emite un mensaje y tiene respuestas inmediatas; de sorpresa, de angustia, de enojo, de risa...   Así el acto de contar una historia a viva voz y con todo el cuerpo como único y principal apoyo hace partícipe a la audiencia quienes ya no son solo espectadores sino interlocutores.

A medida que la historia avanza, el juglar, el chaman, el cuentero sabe que ha conectado con el escucha porque el relato contado es apropiado por ellos. Le hacen suyo, al revivirlo en la imaginación y recrearlo con su mente.  Lo acumulan en la memoria y podrán recordarlo y quizá transmitirlo. Así los relatos trascienden al hoy, al tiempo mismo. Viajan al pasado a tomar elementos de la memoria y se proyectan hacia el futuro en cada una de los que lo han escuchado.

La humanidad ha transmitido sabiduría, conocimientos milenarios, experiencias de la naturaleza, y también es un momento de recreación, de esparcimiento, de descanso de la realidad, donde el hechicero divierte y enseña, entretiene y predica, cuestiona y analiza desde el simbolismo o desde una realidad paralela.

Y sin saberlo, cada uno de nosotros es un juglar, narrador de historias, artista del sueño dirigido que va por la vida relatando su versión de la realidad, de la historia, del pasado y del futuro. Cada quien en su pretendida cotidianidad se inventa sus relatos y encuentra interlocutores; desde el chofer del taxi, hasta una nutrida sala de conferencias. Y lanzamos hechizos. Algunos conocidos y compartidos por muchos, otros olvidados y recuperados como novedad para las nuevas generaciones. 

Los hay quienes han descubierto su capacidad de narrar y que descaradamente van por el mundo contando cuentos. Sin ocultarse detrás de un traje sastre, de un título universitario, o de reconocimientos. Unos los llaman locos, otros revolucionarios. Yo los llamo artistas. Quienes descubrieron la magia de contar historias a través de las expresiones más sencillas y sensibles de la naturaleza humana. 



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