Cuentos, cocina, manualidades, canciones, consejos, reflexiones, locuras... un poco de todo desde el corazón.
Friday, November 27, 2009
La calle.
Cada quién recorre su propio camino, a su ritmo. Ahi va ése que se le olvidó poner anoche el despertador, y con cara de enojo y pasos agigantados, serpentea esquivando a los demás transeúntes, transpira coraje, el coraje que siente para consigo mismo y que desquita con los demás. Se detiene frente a la parada del camión, e ingnorando la fila que esperaba antes que él, apenas frena el autobús, es el primero en abordarlo.
Con un paso más lento, pero no menos tenso, una mujer lleva de la mano a un pequeño. Los piecitos apenas tocan el suelo. Los largos pasos de la madre son dos o tres compases de sus piernitas. Mochila al hombro, mujer y niño avanzan entre la gente. Él lleva en la mano una caja de leche. En cuanto la marcha se detiene en una esquina para cruzar, intenta llevar el popote a su boca. No es fácil desayunar en el trajín de la mañana. Se pierden de vista entre el contingente que se agrupa a su alrededor en espera de cruzar la calle.
Del otro lado de la calle, el único que camina con paso sereno, mirando de vez en cuando hacia arriba y hacia abajo los edificios como un turista en una hermosa ciudad, es uno de esos personajes andrajosos, un lumpen de la ciudad, uno de tantos. Su ropa sucia acusa los muchos días que no ha tomado un baño. La gente lo esquiva. De vez en cuando extiende la mano y pide "pa' un taco" No sé que sea lo más incómodo de él, si su aspecto, el aroma que despide, la impresión que provoca su andar despreocupado y medio tambaleante, o el hecho de que de todos los transeúntes, es el único que mira a los ojos. Esos ojos enrojecidos por el vicio, un tanto desorbitados, inisten en ser mirados.
Tras varios intentos vanos por conseguir una moneda, se acerca a un hombre que está a punto de encender su cigarro. Cruzando su mano desde el hombro hasta su costado, le indica que "se moche". El joven no tiene más remedio que regalarle el cigarro y alejarse aprisa. Los pasos de sus zapatos de vestir se alejan apresurados de la escena.
Muchas personas vienen y otras van. y a medida que se acerca la hora pico los pasos se aceleran y el concierto de claxonazos que acompaña la escena sube de volumen y de tono. Unos cuantos minutos más de tensión y luego... nada. La calma poco a poco va llegando nuevamente a la calle. El cambio de luz del semáforo ha seguido su ritimo, lo único que ha conservado el tempo, permaneciendo constante, a pesar de que en la subjetividad de las prisas mañaneras dé la impresión contraria.
Sentado en la banqueta, el lumpen fuma su cigarro. Luego se acuesta sobre la banqueta, recostando su cabeza sobre sus manos, mirando al cielo...
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