Las niñas grandes no lloran, por que se han olvidado cómo hacerlo
Las niñas grandes no hacen berrinche, ni se tiran al suelo dando pataletas.
No hacen caras feas o sacan la lengua porque usan su lengua para otras cosas. Hablan seguido del dolor ajeno, de lo problemas de otra gente, quizá para dejar de lado y no ver su propia pena.
Las niñas grandes no golpean o tiran patadas cuando están enojadas o tristes. Al menos no como cuando eran pequeñas. Sus berrinches y pataletas son a veces contra el cajero del súper, contra el oficial de policía, contra el profesor de la escuela de los niños, contra los niños, contra la pareja...
Algunas, se ocultan y en silencio, humedecen sus ojos con agua, bajo el chorro de agua tibia durante el baño, para que se lave el dolor. Otras se contentan con mirar en el televisor historias fugaces de mujeres que sufren más que ellas, como para sentir que están un poco mejor que las historias de fantasía, que la cenicienta al final se casará con el príncipe, o que la protagonista de la telenovela encontrará el final el amor.
Muchas convierten su enojo en coraje, o en fuerza y se lanzan como caballos desbocados a realizar sus tareas, con prisa. Hacen su trabajo con una pasión intensa, como acallando los problemas de su interior, como si el trabajo silenciara un poco la voz de la tristeza.
Van por la calle ocultando tras el maquillaje las heridas, los dolores, los desvelos.
Noches de insomnio, dolores de estómago convertidos en gastritis crónica, migrañas, colapsos nerviosos, cánceres que las carcomen por dentro; se disfrazan con medicamentos para aliviar el dolor.
¿Nos hemos dado cuenta que ya no somos niñas grandes? Somos mujeres.
Mujeres a las que nos faltan días de lluvia. Nos hace falta llover. Nos hace falta salir corriendo y dejar todo atrás por un buen rato, sin pedir permiso. Las niñas piden permiso, Abrazar la almohada unos 30 minutos y dejar salir el grito que estaba oculto. Nos hace falta dejar correr las lágrimas, pero también los abrazos, los gritos de alegría, las carcajadas y la emoción. Dejar de hacernos las fuertes, las serias, las interesantes. No somos indestructibles, aunque queremos hacerle ver al mundo que podemos con todo y que nada nos saca de balance.
Las mujeres lloramos, y lloramos mucho. Cuando vemos películas de amor y también cuando el corazón está roto por la desesperanza, por la falta de paz, por el dolor, por los problemas, por la angustia... Llorar es bueno para el alma. Las mujeres, al igual que las niñas grandes y pequeñas no debemos olvidar que somos sensibles, que una parte del poder de nuestro ser radica en esa extrema sensibilidad que se conmueve frente a la pena y el dolor, ajeno y sobre todo , sobre todo el propio. Ignorar los problemas no hará que se vayan, pero si dará la impresión que llegaron para quedarse. Levantar la frente y dar la cara a los problemas, aún con lágrimas en los ojos es mejor que fingir que no pasa nada.
Luego, después de una buena sesión de llanto y lágrima, las mujeres sabemos retomar las riendas de la vida. Tenemos el poder de recuperarnos y resurgir de las adversidades una y otra vez. No podemos dejar que el miedo o la desesperación nos invadan y nos atrapen en laberintos sin salida. Porque siempre hay una salida. El llanto en un niño es una forma elocuente de pedir ayuda. Aprendamos a pedirla a nuestra manera, como mujeres.
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