Meciéndome, entre el pasado y el presente.
Cualquier día por la tarde, después de una dura jornada de tareas, nos encaminamos al parque. Correteando atrás de los chiquillos, entre sus peticiones me invitan a sentarme en un columpio. Tenía años que no lo hacía. Como un túnel del tiempo, recuerdo las primeras veces que me subí a uno. Los largos ratos que pasamos en el Centro Capestre Lagunero jugando a aventar el zapato, a ver quién lo llegaba más lejos,después eso ya no era suficiente, , torcer la cadena hasta llegar hasta arriba y luego dejarla que se desenrrosque, mientras uno giraba como trompo chillador entre sus cadenas, columpiarse en todas la variantes: de pie, acostada de panza, sentada de caballito (provocando que los columpios choquen uno con otro por supuesto), sentada con la cabeza colgando hacia atrás... Era una sensación tan cercana a volar, que luego se antojaba intentarlo. La emoción de los saltos desde el punto más alto a ver quién llegaba más lejos. -¿te dolió? - no casi no... y los pies ardían como fuego, pero ¡cómo aceptarlo!...
Luego crecí, y ya era aburrido eso de mecerse lentamente o muy fuerte... ni los brincos ni las competencias del zapato eran atractivas. Luego, el columpio se vuelve un objeto de nostalgia, el lugar perfecto para un beso en una tarde de paseo por el parque, con el "galán" ese extraño puberto que como tu, no se ha decidido todavía a dejar la niñez atrás, por eso el parque es el lugar ideal para dar la vuelta, porque recuerda lo que se está quedando atrás.
Luego el campo de juegos pierde relevancia en la vida. Si llegué a ir al parque, seguramente era para ir a correr por su perímetro, pero no solía ser atractiva para mí esa zona, los juegos. Quizá las canchas de fut, o básquet... y luego la vida adulta la universidad, los pendientes, el trabajo.. y de parque nada. Ni siquiera pasaba por mi mente perder mi tiempo en sus alrededores.
Hoy son los niños que llegan a la familia, quienes me llevan de regreso al parque, a los juegos, a los columpios. Primero de pie detrás de ellos impulsándolos suavemente hasta que pierdan el miedo, y luego sentada a su lado, jugando de nuevo competencias a ver quién lanza más lejos el zapato, como la primera vez, yo también le voy perdoendo el miedo, y la pena. ¿Qué van a decir los demás de que semejante señora se esté trepando por ahi?...
Miro ami alrededor mientras me balanceo adelante y atrás, y encuentro cada una de las etapas: los chicos que difrutan del juego, los adolescentes y jóvenes que se encuentran amorosamente en los alrededores, las mamás que corren tras los niños, y los ancianos, que igual que yo, quizá mucho más profundamente sumidos en sus pensamientos o recuerdos, observan pacíficamente la escena. Me pregunto qué pensarán... Detiene mi reflexión la mirada fija de un pequeño, de unos cinco años, que espera su turno para abordar el columpio. Me bajo. Lo ayudo a subir. Se hace tarde, es hora de regresar a casa.
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